lunes, 2 de junio de 2014

Pérdidas

No sé muy bien qué día es hoy. Alguien me ha chivado que era lunes pero aun así no estoy convencida. Me desperté un domingo a las 11 y como siempre me puse a desayunar mientras veía una película de dibujos animados cuando sonó el teléfono. Una terrible noticia se vio reflejada en la cara de mi madre que fue la que lo cogió.
La galleta se me cayó dentro del café y ahí se quedó.
Mi primo, con tan solo 30 años de edad había muerto de repente.
Nadie sabía el porqué ni el cómo pero ya no estaba.
A continuación todo en mi mente fue muy confuso. No era posible que eso estuviese pasando.
Nos vimos la última vez en la boda de su hermano en noviembre donde me dijo que él se casaba el siguiente año cuando terminasen de amueblar la casa.
Y de pronto un revés de la vida hace que estas cosas sucedan. Una persona sana y sin síntomas de que pudiera padecer nada.
Coges el coche y el viaje hasta el pueblo se hace eterno. Esperas a que lleguen el resto de familiares para ir todos juntos y cuando llegas allí todo cambia.
Una multitud de jóvenes de todas las edades a la puerta de su casa, dentro familia y allegados.
Él en su habitación, pero esta vez dentro de un féretro conectado a la corriente eléctrica que le proporcionaba luz y frescor.
A un lado la que iba a ser su mujer, al otro sus padres y hermanos.
Fuera de la habitación susurros y cuchicheos entre la gente del porqué tamaña injusticia. Dentro sólo sollozos y gritos ahogados que van del “ay mi chico" al “ay mi amor".
Me acerco a darles un beso y a decirles que lo siento, pero no me salen las palabras. Miro de refilón la caja y veo la cara desencajada y amoratada del que un día fue mi primo. Observo que lleva barba de dos días y le han dejado restos de babas en la comisura de los labios. Restos que posteriormente me entero son de pegamento pues murió con la boca abierta.
Un hábito de Medinaceli oscuro le cubre su delgado cuerpo junto con un fajín rojo.
Cuando yo muera por favor vestirme con un traje color verde fosforito y una flor naranja.
Observo la escena un rato. Gente que entra charlando animadamente y sale con varios pañuelos en la mano. Yo no lloro.
Igual mi corazón es insensible pero no me sale ni una sola lágrima.
Salgo a la calle a tomar el aire y todos los jóvenes están callados. Se miran unos a otros sin decir nada y se abrazan.
Dentro todo es distinto. Decido salir al patio donde me encuentro con mi prima. Me siento a su lado y lo primero que me dice es un “¡Qué puta es la vida Gema". A lo que yo asiento. Miramos todos los ramos de flores y coronas que le han enviado. “¿De qué me sirve todo esto?" me pregunta. Y yo no sé responder y asiento de nuevo.
Yo cuando muera me traéis brócolis y así después tenéis cena para todos.
Le pregunto por su hija y hablamos de todo un poco. Me explica lo que había sucedido y pongo mi mano sobre su pierna. Según se acongoja hablando, yo me siento inútil y no sé cómo atenderla.
Tan solo un abrazo que lo inunda todo.

Y el día acaba y empieza uno nuevo donde todo es lo mismo. La misa y posteriormente el entierro. Sacan el ataúd de la casa y durante todo el camino lo llevan a hombros. Todo dura demasiado, todos están cansados. En el trayecto hasta el cementerio yo me adelanto y voy con el coche. Quiero inspeccionar antes el terreno. 

Me acerco a ver la tumba de los abuelos de mi madre y me encuentro con las nuevas lápidas construidas. Gente de 40, 34 y 46 años, demasiado jóvenes. 

Ya traen el cuerpo para meterlo al foso. Ahora más que nunca se suceden los gritos de dolor exclamando “¡ya te vas mi chico!" y todos lloran a pleno sol a las dos de la tarde. 

Nos despedimos de la familia y antes de marcharnos me llama la atención una lápida con una corona marchita y en lo único que pienso es en nuestro paso del tiempo y en como al igual que las flores nuestro cuerpo sufre el mismo proceso.

1 comentario:

  1. No es malo no llorar. Lo malo es no sentir nada, y eso, hasta el más duro, lo lleva dentro. Ánimos otra vez.

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