martes, 30 de septiembre de 2014

Sustitutos

Nos pasamos la vida entera conociendo a personas nuevas. De algunas te enamoras desde un principio, por todo lo que son y lo que te dan, otras simplemente pasaban por ahí. Las primeras cumplen una función primordial, convertirse en gente que crees que nunca te fallará y en la que pones toda tu confianza y tus sentimientos. Con el paso de las circunstancias, porque el tiempo aquí es lo de menos, te das cuenta que aquellos que un día fueron importantes van desapareciendo y da rabia pensar que la única opción para remediar ese dolor sea poner un sustituto. 
Sí, aquello de la mancha de mora con mora se quita y el clavo que saca a otro claro. 
De repente estás dolida por una pérdida y ves una lucecita al final del túnel y te aferras a ella como si no hubiera otra cosa. En ese momento es lo mejor que te puede pasar y decides ponerte en bandeja para evitar pensar en lo que aún te causa daño. Pero esa persona que está ahí ayudándote cada día y haciéndote reír no es para nada alguien que necesites, ni tan siquiera que quieras tener a tu lado. 

Estás intentando crear una media naranja de lo que posiblemente sólo sea un gajo de mandarina. 

Pasan los días, los meses y cuando acaba el verano, se enfrían las ideas y todo vuelve a su calma, te das cuenta de que no has hecho nada bien. De que es imposible que una mancha de mora se quite con otra porque lo que haría sería dejar una mancha más profunda o que no tiene sentido sacar un clavo con otro porque no hace palanca. Y para todo ello no hay que ser físico sino tener sentido común, algo de lo que yo personalmente carezco cuando veo que mi mundo interior se tambalea. 

Y cuando llegas al final de ese camino donde ya no hay carretera y no te apetece ensuciarte las zapatillas con el polvo, es cuando te planteas todo lo que hiciste anteriormente y sabes de sobra que lo viste venir, pero no realizaste nada para evitarlo porque en ese momento te convenía tenerlo, y luego ¿qué? Para acabar más lejos que al principio. 

Pues me siento mal, no sé si porque sé que he utilizado a alguien o simplemente por el hecho de haber ido dejando tanto tiempo cuando hace meses que sabía que no iba a funcionar. 
Lo bueno de esta historia es que creo que esa ausencia de feeling no sólo ha sido por mi parte sino que ha sido recíproco, porque es algo que se nota, o al menos yo lo noto desde el minuto uno de conocer a alguien, por sus gestos, sus palabras o la forma en que se expresa ya sabes si esa persona va a ser parte de tu vida o va a durar lo mismo que dura un brócoli en mi cocina. 

Hay una película llamada "Los sustitutos" en la que sale Bruce Willis donde las personas pueden adquirir robots que son clones perfectos y que acaban asumiendo sus roles, de tal forma que la persona real puede controlar lo que hace su otro yo desde el sofá de su casa y al final se acaban preguntando quién es real y en quién se puede confiar. 

¿Confiamos nosotros en los que nos rodean? Igual en un futuro todos estos robots nipones que vemos en los telediarios adquieran capacidades suficientes para hacer lo mismo que nosotros y así evitarnos sufrir. Ir al trabajo por nosotros, relacionarse con otras personas por nosotros... todas esas cosas que a la larga pueden dolernos. Y mientras tanto nuestra vida sería como el show de Truman pero controlado por nosotros mismos desde nuestro sofá. 
¿Aburrido verdad? 

Supongo que debemos aprender de nuestros errores, considerar que no somos perfectos para nadie ni nadie es perfecto para nosotros, que cada uno de los fallos que cometemos se nos queda grabado y eso hace que aprendamos o simplemente que cuando sigamos equivocándonos al menos reaccionemos a tiempo, que si utilizamos a alguien no sea sólo por el propio beneficio sino que al menos sea consensuado. 

Todo esto no hará que nuestra vida sea mejor ni que dejemos de sentir dolor pero mientras encontramos la forma de pensar con la cabeza dejando atrás el corazón igual sirve para entretenernos de la vida. 

sábado, 27 de septiembre de 2014

Gripes y otros cuentos

Ayer pasé muy mal día. Por la mañana desperté regular y tenía un poco de fiebre, pero la cosa empeoró cuando empecé a vomitar todo lo que comía y un tremendo dolor en el pecho apenas me dejaba respirar. A eso de las cuatro de la tarde y tras tomarme la temperatura por décimo novena vez y meterme en la bañera con agua medio fría y ver que había superado los 40º C de temperatura, tuve que ir a urgencias. Allí estuve esperando un buen rato puesto que obviamente no tenía prioridad ni era un caso grave. Al cabo de una hora y tras empezar a hablar yo sola con las paredes, una enfermera vino a buscarme y me metió en una sala donde empezaron a auscultarme. Cada vez que respiraba fuerte, un ruido dentro de mi como si fuera un gremlin que quería salir, se oía a través del fonendoscopio del médico.
Me toman la temperatura, 40´5ºC y me dicen que por qué he venido tan tarde y si me había tomado algo. Pues verá, yo creí que se me bajaría y es que lo de meterme un supositorio no lo veo, de hecho el último me lo puso mi madre y era pequeña, a partir de ese momento dije que por el culo no y hasta ahora. El médico que era un hombre serio y con mirada perdida me miró y se echó una sonora carcajada.
De acuerdo, me dijo, nada de supositorios, te vamos a pinchar nolotil inyectable para que te baje la fiebre y te dejamos en observación a ver si en una hora o así no te sube.
El dolor del pecho es lo que me preocupa, vamos a hacerte unas placas para descartar neumonía y bla bla bla... ya no me enteré de nada más.
Un celador bastante guapete me subió a una silla de ruedas y yo misma le miraba mientras me paseaba por los pasillos y pensaba: lo mal que debo estar para no estar tirándole los trastos a este buenorro...
Y ahí, me tiré un buen rato con las tetas al aire entre las placas y las auscultaciones y no sentí nada, era como estar drogada. Luego me llevaron a la sala de observación y allí estuve tirada otro par de horas viendo pasar gente.
Cuando volvió el médico y me miró con cara seria giré la cabeza y le dije: ¿es ébola verdad? El médico se echó a reír de nuevo y me dijo, tranquila que no tienes ni neumonía. En realidad lo que tienes son mocos. Así que o los echas o te seguirá doliendo el pecho. Te mandaré un medicamento para la fiebre por si te sube y otro para que expectores, y como no te podemos poner suero te vas a casa e intentas cenar algo ligero. Le miro muy seria y le digo: ¿brócoli al vapor?
El médico con cara de incredulidad mira a la enfermera y le dice: por favor, comprueba de nuevo la temperatura de esta chica antes de que se vaya. Y así lo hicieron, tenía 37ºC así que lo que hablaba ya no eran delirios y es cuando dije: es que soy así doctor. Y me dieron el alta no sin antes aconsejarme que cenase algo ligero, un poco de jamón de york o una tortilla francesa, nada de brócoli o verduras fuertes. Casi lloro.

Llegué a casa y miraba con pena como mis padres se comían las croquetas de brócoli que habían sobrado y yo tomaba una triste ensalada con un par de filetitos de jamón de york.
Tras la cena y por las drogas me quedé traspuesta en el sofá, pero luego se me hizo complicado coger el sueño y me puse a leer cuentos que tenía escritos. Me encontré con uno que me gustó mucho cuando lo escribí, lo volví a leer y los recuerdos volvieron a mi y el sueño...

TORMENTA

Había una vez un niño que le tenía miedo a las tormentas. Era muy aprensivo y asustadizo y el mal tiempo le ponía muy nervioso. No le gustaba mucho salir de casa los días de lluvia por miedo a que un rayo pudiera caerle encima.
Cuando hacía un día gris se encerraba en su cuarto y se ponía a dibujar. Esos días su cuaderno se llenaba de colores, verdes, rojos, amarillos y violetas. Todo para convertir el día gris en un gran arco iris.

Un día estaba en la oficina de correos esperando para enviar un paquete, cuando de pronto estalló una gran tormenta. No podían salir porque la lluvia era intensa y la mayoría de los que allí estaban no habían traído paraguas.
Él empezó a ponerse nervioso. Estaba lejos de su casa y se puso a temblar. Se sentó en un banco esperando que amainara la tormenta y con los ojos llorosos miraba hacia el suelo tapándose los oídos cada vez que un trueno sonaba.
Una chica que esperaba que la atendiesen se dio cuenta y se sentó a su lado.

- ¿No te gustan las tormentas? le preguntó la chica.

Él alzó la cabeza y la miró sorprendido. Una joven con una sonrisa preciosa estaba hablando con él. ¡Rápido! Contesta algo se dijo.

- Ah...
- ¿Cómo? dijo ella mirándole extraña.
- Que digo que las tormentas me ponen triste, tanta lluvia y este tiempo... no, no me gustan.
- ¿A qué has venido a correos? preguntó ella.
- Iba a mandar un paquete.
- ¡Yo también! ¿Qué coincidencia verdad?
- Bueno... esto es correos.
- Sí, ya lo sé. Y lo que hay detrás de la puerta sólo agua. Me refiero a que podrías haber venido a recoger algo o mandar una carta o a pagar una multa por ejemplo.
- Pues no.
- ¿Hablas poco o es sólo que te da miedo la tormenta?

Sin darle tiempo a responder la chica cogió ambos paquetes y se los dejó al de la ventanilla diciendo que los guardara un momento. Agarró al chico de la mano y lo sacó a la calle.

¡Vamos a correr bajo la lluvia! Le dijo sonriendo.

Él asustado sólo se dejó llevar. Aquella chica parecía estar loca y no quería llevarle la contraria.

- ¿Hace cuánto no haces algo por primera vez? Preguntó la chica con cara de picardía.
- Mmm no lo sé, no lo recuerdo.
- Yo nunca he salido de la oficina de correos con un chico de la mano a correr bajo la lluvia.
- ¡Claro! Ni yo tampoco.
- ¿Qué más cosas no has hecho nunca? Siguió preguntándole.
- Si las supiese seguro que ya las habría hecho alguna vez, ¿no crees?
- Yo nunca he besado a un chico bajo la lluvia.

Y sin esperar a que él reaccionara le besó en los labios. Un beso largo y húmedo que le supo a gloria.
Él se quedó callado sin saber qué hacer o decir y ella con su sonrisa pícara le miro su cara ruborizada y le dijo:

- Este beso me ha sabido mejor que comer brócoli.
- ¡Perdona! ¿Cómo puedes decir eso?
- Cada cual tiene unos gustos ¿no?
- Pero compararme con esa mierda...

Entonces ella le volvió a agarrar de la mano y se lo llevó a otro sitio, esta vez bajo una cubierta. Y le volvió a besar. Ahora más pausado y profundo, sin lluvia de por medio.

- ¿Te ha gustado? Preguntó ella.
- ¡Claro!
- Sin embargo los sabores eran distintos, antes sabías a lluvia y ahora no.
- Sí, pero sigue siendo el mismo beso, respondió él sin saber muy bien lo que quería decir.
- Por eso me gusta el brócoli, porque a pesar de que la gente diga que huele fatal no deja de ser una verdura bastante rica. Como tu beso. No deja de ser tuyo y ser especial, aunque diferente a los demás es fabuloso.

Entonces la chica le volvió a coger de la mano y lo llevó de nuevo a la oficina de correos.

- Ya puedes enviar tu paquete - le dijo.

Entonces el chico, con la camiseta llena de agua rellenó el papel y se lo dio al de la ventanilla para enviarlo.

- ¿No envías tú el tuyo? Le preguntó a ella.
- No hace falta, mi destinatario está aquí.

El chico muy sorprendido no sabía a qué se refería. Entonces ella pidió su paquete y se lo entregó al muchacho. En la dirección sólo ponía su nombre, nada más.
Abrió el paquete y dentro unas magdalenas le dieron la bienvenida.

- ¿Pero cómo es posible? Dijo él.

Llevo haciendo magdalenas cada semana y vengo a diario a esta oficina con la esperanza de encontrarte. Es más, ya me he hecho amiga de todos los que atienden porque los viernes cuando veía que ya no vendrías ellos se acababan repartiendo mis dulces. No tenía tu dirección y no podía preguntarte. Entonces decidí pedirte un paquete y sólo tenía que esperar a que vinieras. Era fácil. Pero escogiste el peor día para salir de casa.

El chico muy asombrado no sabía si reír o salir corriendo.

Ahora en tus manos está, dijo ella. Tú decides si compartir conmigo o no tus magdalenas.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Fingir o no fingir, he ahí la cuestión

Llevo unos días viendo películas por todas partes, la televisión, las redes sociales y hasta en la calle.
Lo cierto es que parece ser que somos estupendos actores.
Hace tan solo unos días todo el mundo se indignaba por una supuesta violación a una chica en la feria de Málaga. Y en todos los medios trataban el suceso como una abominación y a los supuestos culpables como si no fueran supuestos. Cuando salieron del calabozo y algunas personas aplaudían tal hecho, muchas otras no entendían nada y se indignaban con los familiares por vitorear tal acción de la policía, que según la gran mayoría volvía a equivocarse.
Y no pensamos más, no creemos en la falsedad de quien puede estar contándonos una historia simplemente por aburrimiento o por miedo a alguna represalia. Y juzgamos sin más y sin tener conocimiento de la otra versión de los hechos.
Durante mi vida me han contado tantas historias que ahora cada vez que escucho alguna lo primero que hago es callarme, y luego escuchar la otra versión. Finalmente sacar conclusiones y prejuzgar, pero sin dañar a nadie.
Porque claro, es fácil que ante unos hechos tan obvios hagamos deducciones que posiblemente nos lleven a error.
Esta semana ocurrió algo en twitter, por lo visto un chico se hizo pasar durante mucho tiempo por chica, de tal modo que incluso respondía los mensajes como tal. Mucha gente se indignó, otra lo tomó como broma y le rió la gracia, yo sólo leí sobre el tema.
Unos días después, otro tuitero o tuitera, no defino sexo porque he leído de todo, escribió su epitafio. De tal forma que hizo creer a sus miles de seguidores que tenía cáncer y que al salir de una operación no lo había superado. Su supuesta hermana, y ya me repito con la palabra, escribió contando lo que había pasado y preguntó cómo cerrar la cuenta.
¿Acaso nadie ve lo rebuscado del asunto? Que igual es porque yo no tengo hermanos pero si se me muere uno lo que no estoy es pendiente de meterme en twitter para preguntar cómo cerrar una cuenta que me importa tres carajos en lugar de estar junto a mi familia.
Pero ya digo que igual soy yo la que no lo entiende o analiza todo demasiado.
La gente se puso muy triste y se acusó a quienes en su momento se reían de esa supuesta muerte, que parece ser ahora que mucha razón tenían.
Y cuando te enteras de la verdad, porque según dicen las mentiras tienen las patas muy cortas, te indignas y ya lo único que se puede hacer es perder la Fe en el ser humano y desconfiar de todo bicho viviente. Y a mi dadas las circunstancias me parece lo más lógico.
Sin embargo las personas somos tan retorcidas que en lugar de seguir esa mentira dan la cara, o no ellos sino a veces otros que puede que sean ellos mismos. Porque si no hemos dañado suficiente contando ese cuento, decimos la verdad para así ver la cara de panolis que se le queda a quien se lo cree.
Pero es que esto es el pan nuestro de cada día.
¿Acaso no conoces a alguien que vive los vientos por ti, te hace creer que eres una parte importante de su vida y al final resulta que no es cierto?
La diferencia de todos estos casos, a mi entender graves por igual, está en cómo dañes a quien te rodea. Quizás no se puede ser claro desde un inicio o puedes ir viendo que con el paso del tiempo lo que ves no es lo que quieres, pero eso no justifica dañar los sentimientos de esas personas que creyeron en ti sin tan siquiera conocerte.
Y esto sí que me indigna. Porque miro a mi alrededor y no paro de leer malos comentarios, y los que antes eran malos ahora son buenos y si te ríes eres mala persona y si lloras un imbécil de libro.
¿Podemos parar de una vez? A veces la vida es tan sencilla que lo único que queremos es complicarla, pero no sólo la nuestra porque entonces no tendría gracia, lo suyo es crear un círculo de confianza, hacer que todos crean en ti y luego desaparecer con un epitafio bonito.
El mío sería éste: Señores, me he cansado del circo de esta vida que Uds. crean, cuando sean conscientes de ello volveré. Gracias.

martes, 23 de septiembre de 2014

Pasos

A veces tiemblo cuando camino a solas. Miro siempre a lo lejos en lugar de ir mirando al suelo desde que una vez me choqué contra una farola, y por ese motivo dejé de encontrarme monedas y empecé a pisar cacas de perro que no me trajeron suerte alguna.
Como decía, tiemblo cuando doy pasos y me meto en sitios desconocidos, porque a todos nos pasa que no sabemos cómo vamos a reaccionar ante lo que no conocemos, pues no hay costumbre y en nuestra memoria no encontramos similitudes a las que aferrarnos.
Y a cada paso que das, ya sea de mayor o menor amplitud, la huella se va quedando atrás. Nunca delante. Porque el camino que marcamos es sólo nuestro, pese a que a veces lo compartimos.
Una vez estando en la playa metí mis huellas dentro de otras que eran mayores a las mías, y me di cuenta con el paso del tiempo que nunca debí hacerlo, sino marcar las mías propias. Pero eso sólo lo ves con el tiempo y la distancia, la que a su vez va provocando el olvido.
Lo cierto es que a todos nos gusta que nos acompañen en nuestro camino, sentir que nuestros pasos no son los únicos que se oirán tras el largo pasillo, sino que habrá otros que nos marquen un lugar, un lugar al que querer ir para sentirse unidos.
En mi camino fui encontrando piedras y tirando migas. Las piedras se apartaron por sí solas cuando el temporal así lo quiso. De las migas que fui dejando algún resto queda, el que no se haya querido comer ningún pajarillo.
Seguí caminando a solas, a veces iba a oscuras, pues no necesitas luz si ya te sabes el camino, pero palpas con las manos la inseguridad de lo desconocido.
A veces lo tocas y hasta crees sentirlo. Te preguntas porqué sigue ahí algo que debería estar extinguido, y no hay respuesta pues ya nadie contesta, salvo el eco del olvido.
Llega el cambio de estación, verano, otoño y al final invierno. Y los pasos cambiarán pues habremos pasado de pisar arena, a hojas y finalmente al frío de una nieve que apenas veremos.
Y me resulta curioso pensar cómo incluso teniendo unas huellas tan similares, nuestros pasos nunca serán los mismos.
Durante estos días me mantuve al margen, mis pasos eran cortos y apenas marcaban su silueta en el camino. Ahora son más profundos y livianos pues no me aferro a ninguna tierra que no sea la que me vio nacer.
Y me gustaría luchar por conseguir una meta, por dejar esa huella imborrable con el paso del tiempo, pero cada paso es inconstante y a la vez incierto.
La felicidad se nutre de recuerdos que quisieron ser vividos y que se apagaron tras ver lo inconstante de la vida o de cómo sentimos.
A veces mis pasos se dirigen sin querer hacia los lugares conocidos, no por nada especial sino por el mero hecho de sentirse protegidos. Una protección que cuesta dar sobre todo cuando lo que buscas es un pie al que acompañar, sin más motivo que ése, el pensar que un día quizás esos pasos pudiesen encajar. Lejos de miedos y de problemas y afrontando la tempestad. Porque todo pasa y todo llega, pero lo nuestro solo es pasar.
Y quiero recordarte con cariño, como cuando puse mis huellas sobre las tuyas y sonreí mientras las olas del mar las borraban, pero es del todo imposible borrar lo que ya no existe, lo que se fue, pero queda en el recuerdo. Un recuerdo marcado de pasos juntos, caminando a la vez y siendo testigos de que a lo lejos el sol se ponía, dando paso a la oscuridad que nos embargaría.

¿Dónde irán mis pasos ahora que no pueden seguirte? Y sin pensarlo siguen caminando, como antes, mirando al frente, tropezando de nuevo y abriendo camino.


miércoles, 17 de septiembre de 2014

Nunca Pares

Hay días en los que no paras ni un solo minuto. Te despiertas y sabes que tienes mil cosas por hacer y no puedes perder ni un instante.
Desde bien temprano he ido dando botes por todos lados y con una musiquilla en mi cabeza, la escuché por la calle nada más salir y lo más curioso de todo es que la volví a escuchar en la televisión antes de irme a dormir. Yo no suelo llevar música nunca, ni cascos, ni tengo miles de canciones en el móvil, ni en el mp3. Soy de escuchar los ruidos de la calle, la música que llevan los coches o incluso la de los propios móviles de la gente cuando suenan.
A última hora de la mañana me fui a la peluquería, cada vez que voy pienso que necesito un cambio de look. Teñirme de pelirroja, raparme el pelo a lo teniente O´Neil o simplemente alisarme estos rizos locos. Sinceramente nunca me he atrevido a nada que no sea alisármelo y hoy no era un día propicio ya que llovía; así pues llego, me siento a que me den el masajito de rigor en la cabeza mientras me lavan el pelo y frente al espejo y con cara de pollo mojado le digo a la peluquera: me cortas tres deditos o un poco menos, que luego se me seca y parezco una escarola ¿vale?
Cierro los ojos y relajo la mente. Chas chas chas chas chas oigo las tijeras...
Mírate al espejo -me dice la peluquera. Vale, un poco corto pero no está mal. Pásame el secador a ver cómo queda.
Me pone el difusor y mientras me seca el pelo cabeza abajo miro a la señora que hay sentada frente a mi esperándome.
Niña, se te ve el sujetador -dice la buena mujer. Y yo me callo porque le veo la faja pero no veo bien el decirle lo que por mi mente se me pasaba en ese momento.
Pago a mi peluquera y le dejo la propina de rigor tras haberme contado su vida sanitaria, lo que le han costado los libros de sus dos hijos y las vacaciones de su vecina la pija.
Salgo a la calle y un viento repentino me revuelve el pelo, menos mal que no me ha peinado. Entonces es cuando empieza a llover, a gotas gordas además. No un chirimiri no, de estas gototas que con sólo caer dos ya te han empapado medio cuerpo.
Y así, hecha un higo llego a mi casa, me mira mi madre y me dice: hija, no sé de donde vienes pero das asco. ¿Se puede saber qué te ha pasado en la cabeza?
Me he cortado el pelo mamá -respondo con una media sonrisa. Bueno, siéntante a la mesa que vamos a comer.

Sin casi descansar, esta tarde me he ido a hacer un taller de fieltro. Cuando tengo hueco me suelo apuntar en la casa de la juventud a hacer manualidades, o como dice mi madre a traer mierdas a casa para acumular polvo.
Nada más llegar he saludado a los compañeros que nos conocíamos de otros talleres y nos hemos puesto manos a la obra. La idea era hacer un búho de fieltro que sirviera como costurero para guardar bobinas, agujas y demás. Yo como para eso tengo una caja de galletas de toda la vida he pensado que iba a hacerlo más sencillo y así tendría un peluche más para la colección.
Hemos recortado los patrones, escogido los colores y hemos empezado a pegar. Teníamos dos horas para hacer el muñeco y cuando llevábamos una hora y media yo llevaba sólo la mitad del trabajo.

Desde pequeña he sido muy lenta, no es porque yo lo sepa sino porque siempre me lo ha dicho mi madre. En la clase de plástica yo siempre era la última en terminar y luego me quedaba ayudando a recoger a la profesora. Cuando llegaba a casa mi madre me decía que cómo podía ser tan lerda para hacer las cosas, ella veía que mis amigos lo hacían rápido y yo tardaba el doble. Siempre creí que me lo decía para meterse conmigo pero hoy le he dado la razón. Éramos 7 en el taller, en concreto 6 chicas y un chico, pues lo cierto es que todos han terminado el muñeco menos yo. Me he esmerado tanto en poner los colores, en recortar cada pieza con suma perfección y en pegarlo bien que cuando me he dado cuenta mis compañeros ya estaban rellenando con guata el bicho. Incluso hasta el chico que decía no haber cogido una aguja en su vida ya lo había cosido y yo estaba haciendo lo que el resto habían terminado en la primera hora de clase.
Cuando ha llegado la hora de irnos y mis compañeros han empezado a recoger es cuando me he puesto nerviosa y me he bloqueado. Entonces he pensado que lo mejor era llevarme el relleno del muñeco y el hilo para coserlo en casa, o dárselo a mi madre para que me ayudara a hacerlo.
La profesora me ha dicho que el mio era el que más le gustaba por los colores que había elegido, pero que como no lo había terminado pues no sabría cuál sería el resultado final.


Yo no es que tenga mucha imaginación para hacer las cosas o combinar colores, simplemente mezclo lo que me gusta y ya. Verdes, naranjas, amarillos y rojos suelen ser mis bases para todo, incluso para la ropa con la que suelo vestir. Hoy no iba a ser menos y he disfrazado mi búho con esos colores añadiendo unos corazones, porque el resto ha puesto flores y la verdad es que a mi las flores como que no me van demasiado.
Y sí, ya sé que no está terminado pero aun así me gusta como ha quedado lo poco que he hecho.


Nada más salir y tras ayudar a la profesora a recoger, ha venido a buscarme un amigo y nos hemos ido al cine. Llevaba varios días insistiéndome que quería ir a ver la película de El Niño y yo me negaba porque creía que no me gustaría, pero al final me ha convencido y hemos ido.
Al sacar las entradas él quería invitarme y le he dicho que no, total que nos hemos puesto a discutir y la taquillera se ha enfadado y nos ha dado a cada uno las vueltas y las entradas por separado.
Eso sí, mi amigo ha comprado palomitas gigantes y le he cogido unas pocas... bueno, en realidad bastantes porque no había merendado.
El caso es que nos ha tocado sentarnos en medio de dos parejas y por no levantar a todo el mundo nos hemos puesto en una esquinita pensando que ya no vendría nadie más. Error, nada más apagar las luces una pareja nos ha levantado de nuestros asientos, nos hemos puesto en otros y a los dos minutos de empezar la película nos han vuelto a levantar. Total, que por tercera vez nos hemos vuelto a sentar en otra esquina y cada vez que venía alguien mirábamos de reojo con temor a que nos levantasen de nuevo.
Le película ha transcurrido bien, de hecho incluso hasta me ha gustado, salvo por el final. No quiero hacer ningún spoiler pero es un final que por muy bien que hayan hecho la trama e hilado el argumento, no tiene sentido y para mi gusto estropea la película. Quizás me gusten demasiado los finales felices, puede ser. Pero ha estado bastante bien dentro de lo que cabe y ver el culo del protagonista ya merece el precio de la entrada, a día del espectador que conste.

Y así, tras numerosas actividades y risas he llegado a casa, le he enseñado el búho a mi madre y me ha dicho: ¿tanto tiempo fuera y lo traes sin acabar? Hija, eres igual de lerda que cuando eras pequeña.
Pues mira sí mamá, tienes razón. Soy tan perfeccionista con cada detalle que siempre llegaré tarde y nunca acabaré lo que me propongo.

Entonces la canción que esta mañana iba tarareando por la calle ha sonado en la televisión...
"I used to rule the world, seas would rise when I gave the word...."


Me he sentado al sofá, he cogido un par de onzas de chocolate y he empezado a tararearla mientras movía los pies bajo la mesa y he pensado en que adoro estos días en los que tu mente no para de crear y de divertirse. Seré muy lenta y lo haré mal, pero al menos lo intento que al fin y al cabo es más de lo que otros nunca podrán llegar a decir.

martes, 16 de septiembre de 2014

¿Otoño?

Llegan los días grises tan esperados después del calor del verano y algunos se afligen pensando en que las tardes se acortan, se acaban las cervezas en las terrazas y hay que ponerse la rebequita.
Otros aplauden la lluvia, como los de Alicante, que hoy decían que hacía años que no la veían.
Y a mi me ha dado por recordar, porque los días de lluvia traen nostalgia cuando la mantita del sofá con la que te cubres no la compartes con nadie.
Lo bueno de estas fechas es que al fin empiezan las series de televisión que quitaron durante las vacaciones, te da por coger los libros que tenías pendientes para leer y te metes a la cocina porque ya no da pereza encender el horno.

Esta tarde cuando he salido a dar una vuelta pensaba en todo lo vivido estos últimos meses. Locuras la gran mayoría, pero de las que siempre sacas anécdotas y vivencias.
He conocido mucha gente nueva que con el fresquete se ha recogido y se queda en casa saliendo para siempre de tu vida, o al menos hasta que vuelva el verano otra vez.
Sí, los días de lluvia y de cambios de temperaturas son propicios para mirar atrás y pensar: pues he hecho muchas idioteces, pero me he reído de lo lindo y no me arrepiento de ninguna.
Y con los pies mojados por los charcos, porque aún no has sacado el calzado de invierno, te miras los deditos sonriendo y piensas: míralos que graciosos ahí los diez.

Entonces suena un trueno y miras hacia arriba, se aproxima tormenta.
¿Y si me mojo? Bah, qué tontería. Mojarse no sirve de nada, incluso cuando te piden que lo hagas.
A veces es más fácil mirar al frente, escuchar el sonido del trueno, contar los segundos hasta ver el relámpago y salir corriendo.

                                                            (fotografía de C.Noguero)

jueves, 4 de septiembre de 2014

¡Taxi!

Hoy a las 6:33 de la mañana recibí un mensaje: "Buenos días princesa, feliz día, diviértete y mucho ánimo". Hacía escasamente un minuto que me había despertado y el leer esto me ha hecho sonreír. De hecho he tratado de darme media vuelta y volver a hacer la croqueta pero entre que hacía demasiado calor y que ya empezaba a entrar la luz por la ventana no podía dormir de nuevo. 
Entonces he oído ruidos, me he levantado de la cama y he sacado la cabeza por la ventana. 
¿Dónde vais a estas horas? He preguntado. A Madrid, tenemos que llevar unos materiales y .... ¿te vienes? 
¿Que si me voy? Un día de turismo por la capital y con todo pagado. ¿Dónde hay que firmar? 

Me he vestido en cinco minutos, he desayunado un café rápido y me he montado en el coche. Reconozco que una cabezadita he echado, pero a eso de las 9 ya estábamos aparcando y tampoco es que haya cogido el sueño del todo. 
"Mejor dejamos el coche por aquí que se aparca bien y luego ya nos movemos como sea por el centro..."
Obviamente a mi me daba igual, yo soy más útil llegando en metro a los sitios que si tengo que dar indicaciones al conductor. Sin embargo hoy ha sido el día de los taxis. Porque claro, cuando lo único que sabes es una dirección pero ni siquiera al completo tampoco puedes meterte en el metro porque no sabes ni la zona donde te vas a mover y hay que reconocerlo, si pillas a un señor taxista gato de pura cepa te lleva al sitio que le dices incluso con la descripción del mismo, sin necesidad de dirección. 
Hemos pasado bien temprano cerca de El Retiro y mientras veía a algunas personas correr me han dado ganas de decirle al taxista: rápido, ¡¡¡siga a ese runner!!! 
Ver Madrid casi al completo desde un taxi es una experiencia chula, aunque la verdad es que cuando vas sola miras más el taxímetro que lo que hay por fuera de los cristales. 
El señor nos ha dejado en el sitio indicado y nos ha dado los buenos días, le hemos dejado una propinilla por su amabilidad y hemos bajado. 
Nunca he sabido cómo funciona el tema de las propinas con los taxistas. Así que lo que yo hago es dejarle algo según me trate, si es agradable o me da un tema de conversación interesante pues más, y si me trata regulín rebusco en el monedero hasta los céntimos para dárselo justo. 

Cuando hemos terminado las primeras gestiones de la mañana y empezaba a entrar sueño de nuevo hemos pensado que lo mejor era sentarnos a tomar un café. 
¿Y si vamos a esa cafetería que hace esquina con la calle sierpe? 
Yo que no sabía ni dónde estábamos todo me parecía bien, hasta que de repente hemos entrado en la calle Toledo y han vuelto a mi los recuerdos. Porque no hace tantos meses yo iba con alguien por esa calle, una de mis citas extrañas a la vez que peculiares y que acabó siendo un bonito desastre. 
Y allí, en esa cafetería nos hemos tomado un café bien cargado con un par de porras que nos han sabido a gloria pese a estar cargadas de aceite. 
Seguimos caminando por la calle Toledo, que a diferencia de la ciudad manchega no tiene ni una sola cuesta. Vamos hacia la Glorieta y vemos la famosa Puerta de Toledo, paramos otro taxi y subimos. 


Y esta vez lo que me dan ganas de decirle al taxista mientras bordea la glorieta es que se detenga y me deje hacerme una foto dentro, pero tirarse en marcha o hacer que te paren ahí es complicado, así que hemos seguido nuestro camino mirando a través del cristal mientras el señor no paraba de mirarnos por el retrovisor sin decir ni una sola palabra. 
Me inquieta mucho cuando eso pasa. Notas como alguien te observa y miras al espejito y ahí están dos ojos mirándote inquisitivamente, entonces miras tú también y se apartan rápidamente a la vez que empiezan a darte conversación sobre el calor que hace o lo mal que está el tráfico. 

Llegamos al destino y mientras hablamos de dónde comer. ¿Y si nos damos un pequeño lujo de huevos estrellados? Yo no soy quién para decir que no y allá vamos. 
Pillamos otro taxi, esta vez el conductor nada mas subir nos recibe con una canción de Manolo Escobar, sólo te pido. Me mira atentamente y dice: ¿dónde te llevo chata? 
Mi cara de alucinar pepinillos se torna en risas mientras le digo que queremos ir al sitio famoso de los huevos. Hubiera esperado una broma por su parte, pero no fue así. Él siguió tarareando su cd de Manolo Escobar hasta que llegamos. 
Quizás no haya sitio si no llevamos reserva, pensé, pero al llegar al restaurante el camarero nos dice que este mes es flojillo y que no hay problema. Yo pido unos callos madrileños y el resto los típicos huevos con patatas y el jamón, todo ello regado con un buen vino tinto. 


Cuando llegan las comandas los callos nadan entre abundante grasa y las patatas con huevos son peores que las que hace mi madre en casa. Sólo el jamón se salva y nos lo comemos todo con ganas. 
El camarero nos pregunta si queremos un chupito, cortesía de la casa, y yo sonriendo le digo que uno de fairy para disolver la grasa. 
Entre risas nos marchamos, con algo más para tachar en la lista de sitios donde ir alguna vez en la vida, intentamos coger un taxi que nos lleve hasta el coche pero no encontramos ninguno. Es mediodía, hace calor y apenas hay circulación por aquellos lares. Pongo en el gps la dirección donde tenemos el coche. Según el mapa son apenas unos 20 minutos y nos ponemos en marcha. Cuando llevamos más de tres cuartos de hora andando se me ocurre mirar cuál es el problema. Claro, no es lo mismo 20 minutos en coche que caminando. Entonces pasa un taxista y con un gesto espontáneo mi mano se alza. 
¡Taxiiiiiiii llévenos a casa! Al final resultó que no quedaba tanto, pero nuestros pies agradecieron esos 5 minutos de taxi como si no hubiera mañana. 
Y entonces este último taxista dijo algo que me dejó patidifusa. Cuando fui a pagarle y una vez que el resto ya estaba fuera me miró a los ojos y me preguntó si estaba enamorada. ¿Cómo? Pregunté extrañada. De la ciudad, me responde. Te he visto mirar a través del cristal y no sabría si es añoranza o si en realidad buscabas algo o a alguien. 
Le he sonreído y le he dado una buena propina. En realidad no es nada, muchas gracias por el viaje. 

Y así, con el runrún de esa mirada en mi clavada subo al coche y paso todo el camino de vuelta callada, escuchando música y pensando en ese nada. 
Me hubiera gustado subir a ese taxi cuando todos bajaban y decirle: ¡Rápido, persiga ese sentimiento!
Pero ése mismo, al igual que muchos otros no hay quien los alcance, ni taxis, ni bus, ni metro ni tan siquiera las ganas. 

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Resquicios

Aún pesa sobre mi la sombra de lo que ocurrió el fin de semana, y es que me divertí tanto que disfruto recordando cada momento.

Ya desde el inicio todo empezó como una aventura cuando estando sentada en el autobús camino de Madrid paramos debido a una retención de varios kilómetros causada por un accidente. El señor autobusero para evitar tal atasco decidió meterse por un desvío con tan mala suerte que justo en el último momento se nos cruzó un coche que también pensó lo mismo. Dio tal frenazo que todos nos fuimos hacia delante sin poder evitarlo y mi compañera de viaje se empezó a poner histérica. Yo la miraba y ella no paraba de respirar muy deprisa y me decía que en su último viaje al autobús se le había reventado una rueda. Estaba viajando con una persona que era gafe y encima lo reconocía.
Yo que nado en la abundancia de la buena suerte creí que sería mi final, acabar en mitad de la carretera de Móstoles sin ni siquiera haber comprado empanadillas.
Finalmente conseguimos llegar con algún traspiés que otro y un sudor de más, pero llegamos. En la estación me esperaba mi primo para acompañarme hasta el lugar donde había quedado con el resto de la gente.
Tenía que ir al cumpleaños de una buena amiga y queríamos hacer una especie de sorpresa que no salió nada bien, ya que algunas personas se nos vinieron abajo a última hora, sin embargo los abrazos y las risas no faltaron.
Nada más llegar pedimos unas cervezas y unos tintos de verano y cuando estábamos hablando de las últimas anécdotas ocurridas de repente un chico se planta frente a mi y mirándome me dice un ¡hola!
Yo puse cara de ¿pero tú quién eres y por qué me conoces? Y lo que es peor de todo es que como no sabía quién era encima se lo dije tal cual. La cara del muchacho era algo así entre odio y risa. Cuando mi amiga me dijo por lo bajini que posiblemente fuera el chico con el que había quedado y que no conocía en persona fue cuando me acordé y entonces todo encajó.
A partir de ahí ya todo fueron risas, el chico se sentó a mi lado y estuvimos hablando bastante tiempo. Llegó el momento de sacar la tarta de chuches y los puros de chocolate para todos los fumadores. Pusimos las velas y empezamos a cantar el cumpleaños feliz.


A nuestro cántico se unió el de todos los allí presentes que nos hicieron unos coros perfectos. Nos quedamos con ganas de seguir cantando y pese a estar medio afónicos nos dirigimos a un karaoke a darlo todo. Y así, sin más y entre risas y alguna copa de menos, porque no hubo ninguna de más, y unos chupitos, elegimos canciones.
La cumpleañera me pidió que cantara con ella una canción de Chenoa de la que yo no tenía ni idea, porque el cancionero español y yo estamos reñidos, pero el "atrévete sedúceme" acabó conquistándome y con unos movimientos sensuales y mirando a los ojos a las personas adecuadas siempre hace que la noche tome un rumbo divertido y acabes queriendo más.


Hicimos bastantes tonterías y jugamos a desinhibirnos entre desconocidos prometiendo volver a quedar para repetirlo. Y es que siempre es muy divertido conocer gente nueva con la que disfrutas y acabas compartiendo momentos que siempre se quedarán guardaditos en alguna parte de ti.

Regresamos a casa tras mucho andar y con las plantas de los pies totalmente doloridas y un ligero te echo de menos susurrándote en la nuca me puse un pijama demasiado corto y me acosté en una cama que no era la mía. No estaba sola, un pequeño peluche verde me acompañaba y sonriendo me decía que había sido una noche estupenda y que por él repetiría.
Sólo dormí tres horas y desperté un tanto agitada, no era mi cama ni mi lugar pero allí estaba. Igual no dónde imaginaba pero sí donde debía.
Al bajar las escaleras con mis tacones de la noche anterior y enseñando el cachete porque el pijama no daba para más, me encontré con las sonrisas de mis amigos, con su saber escuchar y sus consejos a las 10 de la mañana.
Tras desayunar leche con cereales mientras debatíamos entre lo que está bien y está mal, organicé mi marcha y llamé a un taxi.
Por lo visto la zona era complicada de encontrar y el señor estuvo dando unas vueltas hasta encontrarme, cuando lo hizo departimos por el camino sobre esas anécdotas de los taxistas y me contó que la zona por la que me encontraba no es que fuera muy propicia para según qué cosas pero sí para muchas otras. Sin querer entrar en muchos detalles llegué a mi destino, miré a lo lejos y pensé que había sido un gran fin de semana.

Y poco a poco te vas olvidando de que hay veces que se sufre innecesariamente, que las sonrisas entre amigos siempre merecen la pena, que conocer gente nueva nunca es malo y que la vida son 365 días al cabo del año.

Desde aquí mi felicitación a mi amiga Bea y decir a los demás que me acompañaron un gracias por las sonrisas y los momentos vividos. ¡Hasta la próxima, sea cuando sea!