jueves, 27 de febrero de 2014

Todo Llega

Hay días que simplemente sabes que todo lo que va a ocurrir será un recuerdo. Hoy es el último día que he tenido a mi amiga cerca de mi. Aquella que despedimos por San Valentín, si.
Mañana, último día del mes de febrero se embarca rumbo a Chile y yo me quedo sin ella. Y dentro de mi pasan miles de anécdotas y vivencias, suyas, mías, nuestras y de todos los amigos que a lo largo de todos estos años hemos compartido.
Ayer pasamos la tarde juntas, paseamos por el parque, vimos los patos y hablamos de nuestras últimas aventuras, de sus miedos y de nuestros deseos.


Hoy todo era más difícil, porque no es un adiós pero son muchos abrazos que echaré de menos. Durante el rato que he estado con ella no sé cuantas veces la he abrazado ni cuantos besos la he dado, pero necesitaba guardarlos para cuando me hagan falta.
Porque ella que siempre está, ahora me doy cuenta que será distinto. Que posiblemente nos veremos por internet, hablaremos o nos escribiremos, que no se va al culo del mundo pero que no podré sentir sus brazos rodeando mi cuerpo. Que no podré coger el móvil e ir a tomar con ella un helado de chocolate cuando me encuentre deprimida o quiera contarle algo importante.

Anoche empecé a escribir una carta, la idea era metérsela en el bolso para que la leyera durante esas 13 horas de vuelo.
La carta empezaba así:

¿Y qué decirte cuando ya está casi todo dicho? Aunque ese "casi" abarque más de lo que yo creía, porque por muy pocas cosas que no sepas de mi hay muchas otras que hemos vivido y otras tantas que nos quedan por compartir...

Han sido cuatro folios en los que he llorado, he reído y he acabado guardando en una carta de color rosa, su color favorito, todos aquellos momentos pasados, presentes y futuros que se me han pasado por la imaginación.
Y esta tarde cuando iba camino de su casa me he parado a comprar chuches, y en una bolsita he metido todos los corazones de nubes y de gominolas que he visto. También me ha dicho que llevase empanadillas de brócoli, que las hice ayer y quería probarlas. Así pues con las empanadillas en un tupper, las gominolas de corazones y una carta llena de letras he llegado a su casa. Hemos estado hablando, dándonos abrazos y algún que otro beso. Y no se me ha caído ninguna lágrima, solo cuando han llegado sus padres y he visto en sus ojos lo que dentro de mi corazón había, no igual porque es su hija, pero muy parecido.

Y por no llorar me he puesto a bailar una jota, para que se riesen, aunque fuera de mi. Ha guardado la carta junto a las golosinas y ha metido las empanadillas en el microondas.

Toca despedirse, ya es tarde y tiene que cenar, guardar las últimas cosas y estar con sus padres. Nos hacemos la última foto, que sale algo movida porque su madre no atina a acertar con la cámara, pero me gusta, salen nuestras sonrisas y ese último abrazo. Ese que recordaré hasta que vuelva a renovármelo.


Y cuando abro la puerta del ascensor y voy bajando los cuatro pisos es cuando una lágrima se me resbala. Salgo a la calle y apenas hay gente. Unos gitanillos juegan con un balón medio desinflado y cuando cruzo me golpean en los pies y me piden disculpas. No digo nada, voy mirando al suelo. De cuando en cuando me seco alguna lágrima y cuando estoy llegando a mi casa me quedo parada y miro atrás. Unos quince minutos separan su casa de la mía. Ahora serán unas trece horas de avión y sin hacer escalas.

Está claro que ya nada será lo mismo, que por mucho que quiera no podré sustituir sus abrazos, que poca gente me dirá un buenos días por la mañana, tomamos un café por la tarde y buenas noches antes de irse a la cama como lo hace ella. Nada de eso cambiaría si no fuera por los horarios diferentes, porque de momento no tendrá internet allí donde vaya y porque en definitiva me faltará su presencia.

Querida amiga, vuela alto, sé feliz y aquí te estaré esperando con los brazos abiertos cuando regreses.

domingo, 23 de febrero de 2014

¿Y ahora qué?

No andaba muy convencida de lo que este fin de semana me depararía, en principio eran planes tranquilos y mi yo interior tampoco estaba muy entusiasmada, pero lo que suele ocurrir en estas ocasiones es que cuando menos planeas las cosas al final te acaban gustando.

Reconozco que no las tenía todas conmigo cuando hoy más muerta que viva me desperté a las 8 de la mañana para darme una ducha y pensar en el día que tenía por delante. Yo que soy una planificadora nata no llevaba nada entre manos y eso me hacía estar insegura pero al mismo tiempo confiada porque la persona con quien iba suponía que lo llevaría atado, pero lo único que había planificado era estar a la hora exacta en el lugar donde yo llegaba. Y cuando así lo supe me entraron esas dudas iniciales de cómo sería mi día.
Sin embargo hoy conocí a un grupo de personas muy interesantes, me llevaron a comer una tortillaca rellena de queso impresionante (no pongo foto porque no dio tiempo a hacerla cuando ya la habían comido), entré por vez primera al museo del Prado y conocí partes de Madrid en las que no había estado.

Creo que todo me sorprendió, además desde el inicio. No sé si considerar esto como una segunda cita pero me gusta pensarlo así.
Hubo momentos de verdaderas risas, como cuando andábamos buscando a unas personas que no conocíamos y los confundimos con otros que por allí pasaban, conversaciones absurdas que te sacan sonrisas durante unas cuantas horas.
Retazos de diálogos serios tomando café y magdalenas de chocolate mientras aclaras historias pasadas que llegaron a mal puerto.
También hubo momentos de quietud, durante la espera para entrar en el museo del Prado y esa larga cola en la que no sabes muy bien qué decir o qué hacer y te dedicas a fotografiar el paisaje.


Y que cuando entras por primera vez con una persona que ya lo conoce pues quizás no es lo mismo pero tiene su aquel. Y surgen conversaciones espontáneas sobre qué tipo de pintura te gusta y sin pensarlo mucho dices que son las pinturas negras de Goya y parece ser que coincides sin saberlo.

En cada sala te quedas boquiabierta porque puedes ver esos cuadros que de pequeña te hicieron estudiar en el colegio y que de mayor te fascinaban en los libros. Es impresionante ver las Meninas al fondo de una sala, así como Saturno devorando a sus hijos o las viejas comiendo sopa. Pese a que no se puede hacer fotos haces alguna de extranjis, sobre todo cuando admiras las obras de Rubens.

 

Y yo que soy tan tonta y me emociono con estas cosas, me doy cuenta que me apetece comentarlo con la otra persona y reírnos mientras nos imaginamos lo que está ocurriendo en el trasfondo de ese cuadro. Y sonríes cuando te das cuenta de que mientras tú estás viendo las Hilanderas tu acompañante se dedica a hacer parecidos razonables frikis con los miembros de la corte.
Pero entre sala y sala suceden cosas, esos ligeros tócame pero no me toques, esas ganas de agarrarte de su brazo durante un momento y que lo notas cuando él de repente te toca sin venir a cuento o te acaricia haciéndote algún guiño. Y sonríes por dentro, para no levantar sospechas de que te gusta demasiado que eso ocurra.
Porque en el fondo todos necesitamos de esos esos gestos que te hacen sentirte querido de cierto modo.

Pese a no ver todo lo importante, hemos dejado pendiente El Jardín de las Delicias de El Bosco, salimos con la impresión de haberlo pasado bien. ¿Por qué no? Una tarde de domingo en El Prado.
Nos vamos a tomar café con unos amigos y mientras llegan nos miramos, y queremos decirnos cosas pero no decimos ninguna. Sólo miramos. Y yo me pongo nerviosa y miro para otro lado, como esperando que venga alguien a decirme qué debo hacer. Pero él mantiene su mirada, yo creo que lo hace porque le gusta ponerme nerviosa y se me nota. Porque pese a mi dureza a primera vista y todo lo atrevida que soy en ocasiones, hay miradas que me desarman porque quizás no espero que vayan dirigidas a mi. Y cuando parece que tienes que decir algo llegan tus amigos, y hablas banalidades y pones excusas porque te apetece alejarte y quedarte a solas con él, tener un momento de "quizás no me importaría que pasara algo".

Nos despedimos de mis amigos y marchamos hacia el Templo de Debod, que pese a haber estado muchas veces en Madrid nunca he visitado, y ya es de noche cuando llegamos.


Lo rodeamos mientras dentro de nuestras cabezas pensamos en cuál será el siguiente paso, y una vez hechas las fotos de rigor nos sentamos en el suelo. Tenemos las estrellas arriba y un césped mullidito debajo. Hablamos, pasan los minutos. Me invento un cuento sobre los personajes que allí podrían haber vivido. Y él no para de mirarme y se acerca. Y yo me giro y no sé hacia dónde mirar porque soy incapaz de mirarle. Y me da un abrazo. El que te debía, me dice. Y se lo devuelvo durante un buen rato. No te quedes dormida, que no te veo... me dice muy simpático. Pero me quedo abrazada a él, sin esperar nada más, solo eso. Porque a veces es la sensación más bonita del mundo, incluso más que un beso. Y se echa de menos. Te separas y nos miramos. ¿Y ahora qué? me pregunta.
Y yo no sé muy bien qué contestarle. Quizás le daría un beso. Pero no quiero mezclar pensamientos, porque me parece un chico estupendo. Me gustaría volver a verte, ambos lo pensamos pero no sabemos si será posible hacerlo. Que a veces no es tan difícil, que somos nosotros quien lo complicamos, pero cuando un niño comienza a andar necesita antes un gateo.

Es la hora, tengo que irme o perderé el autobús de regreso. Por el camino ya no hablamos, cada uno va pensando en todo lo que ha sucedido y en lo que giran los acontecimientos. Por mi parte pienso que podría acostumbrarme a esto, a reírme junto a él cada vez que nos vemos, a descubrir cosas nuevas, incluso a mirarme a través de sus ojos. Pero no hay que anticipar nada, el tiempo es sabio y decide poniendo a cada cual en su camino. Quizás solo estemos de paso o quizás para quedarnos, pero yo soy la menos indicada para decirlo.

Y ya en la estación se me ocurre pedirle un beso, pero no me lo da. Demasiado tarde. Él baja las escaleras mecánicas mirando el móvil, yo me acerco a su hombro y me mira sin hacer nada volviendo a lo suyo. Nos despedimos como dos amigos que hace poco que se han visto e intento rozar su mano pero fallo con estrépito. Y cuando voy a subirme al autobús gira la cabeza y me mira, pero no para, sino que prosigue su camino. No puedo saber qué piensa, tampoco lo pregunto.
Avísame cuando llegues a casa y yo haré lo mismo. Y eso es lo que hacemos. No decimos nada más, no hay un buenas noches ni nada parecido.

Él se va a dormir y yo hago lo mismo.

jueves, 20 de febrero de 2014

Norias Dulces

A veces siento que mi vida es una montaña rusa, una noria o una película donde nunca se sabe cuál será el final.
Tras unos días bastante guerrera y con el ánimo caldeado por diversas cuestiones personales hoy me levanté muy feliz. De estas mañanas que despiertas y todo te parece mejor. Miré bajo mi cama y cogí el móvil que se había caído la noche anterior y apagué la alarma. Y mientras tocaba debajo del colchón me topé con un calcetín azul que hacía tiempo había perdido, eso y unas cuantas pelusas que me hacían ojitos y me daban los buenos días.
Aún dormida he caminado tambaleándome hacia la cocina y me he hecho el café, ya no quedaban ni magdalenas ni ningún dulce así pues hoy unos cereales y un kiwi. Ya podía empezar la jornada.
La mañana ha sido tranquila, con los problemas en mi ordenador y la impresora pero ahora teniendo sumo cuidado de guardarlo todo perfectamente.
Cuando he terminado todo lo pendiente ya era casi la hora de comer. He ido a por el pan y he comprado varias cosas para hacer una tarta por la tarde. De hecho he comprado demasiado porque tenía en mente dos tartas diferentes y he cogido los ingredientes para las dos, como si con una no tuviera suficiente.

En la frutería una conocida me ha saludado alegremente parándome a darme conversación. De por sí he sospechado ya que normalmente no suele saludar a nadie incluso se cambia de acera por no hablar y se hace la despistada, pero hoy me ha comentado que iba a abrir una tienda de ropa, así que ya podía pasarme en unos días a la inauguración. ¡Eso era! Estaba haciéndose publicidad. Pues conmigo no iba a contar eso desde luego, más que nada porque ese tipo de ropa, que tan de moda se ha puesto por aquí últimamente, no va conmigo.

Al salir del supermercado un hombre que vende espárragos en la calle me ha silbado cuando he pasado por su lado. Yo me he quedado mirándole pensando si sería a mi, quizás ese hombre podría haberme visto comprar verdura o simplemente le podría haber llamado la atención mi culito... pero no me ha dicho nada más y he seguido mi camino.
He llegado a casa y un olor a quemado inundaba la escalera. Al abrir la puerta he encontrado a mi madre disgustada porque se le habían pegado las lentejas y ahí andaba ella rascando la olla y quejándose de su despiste.


Y no he parado de reír, porque ella que siempre se vanagloria de lo bien que lo hace todo y que yo no sé cocinar, hoy que precisamente había usado unas lentejas muy buenas van y se le queman. La que siempre se queja de que yo sólo hago guarrerías incomestibles, pero que bien que se las come, y que desconozco el arte de hacer un buen cocido, potaje, lentejas... en definitiva comida de cuchara, estaba tirando la comida. Sólo se ha podido salvar un plato, que por bocazas y reírme me lo he comido yo. La verdad es que si llega a ver eso Chicote lo tira al contenedor con la olla y todo pero tampoco estaba tan mal. 
A última hora de la tarde he pensado que en lugar de irme a tomarme unas cañas me iba a meter en la cocina y me he puesto manos a la obra. No iba a hacer las dos tartas pero si al menos una, la tarta tatin. Una receta francesa adaptada a mi dieta, baja en calorías y sin azúcar. No sabía cómo saldría pero apenas he tardado unos minutos en hacerla y cuando la he sacado del horno mi madre ha venido atraída por el olor que procedía de la cocina. Un intenso olor a manzana asada y mermelada de melocotón... 


Y ya sólo tenía que darle la vuelta y comprobar que podía quedarme tan bien como la de la receta, porque la verdad es que mis presentaciones no son las más bonitas pero lo importante siempre es intentarlo y sobre todo que esté rica, a pesar de que no entre por los ojos a primera vista. 


Pero no ha quedado del todo mal a pesar de que los bordes de la masa se hayan quedado pegados al molde y los haya tenido que unir con la mermelada, pero si no lo dices tampoco se nota mucho y como es la primera pues siempre hay algún fallo. La próxima será mejor seguro. 

Eso si, he acabado la tarde de una forma muy dulce y en cuanto a la sensación personal también. Me he dado cuenta de que hablar los problemas soluciona posibles conflictos y evita enfrentamientos innecesarios. 

Sí, soy un cúmulo de sensaciones, de sentimientos que corren desbocados sin saber muy bien dónde dirigirse, pero creo que todos tenemos nuestro encanto y el mío es precisamente ése, el actuar sin pensar en las consecuencias, sólo haciendo lo que el corazón me dicta en cada momento. 

¡Hagámoslo! Al fin y al cabo tan solo podemos subir a la noria en la feria. 


martes, 18 de febrero de 2014

Engañifas

He pasado un buen día, he tenido un martes en el cual desde por la mañana todo ha ido más o menos bien, sin demasiadas complicaciones.
Por la tarde en un hueco libre y en plena inspiración me he puesto a escribir un cuento, iba dedicado a una persona en concreto y nada más ponerme a escribirlo las ideas han ido saliendo solas.
Me estaba gustando tanto que estaba muy contenta, y eso ya es raro en mi porque siempre he sido demasiado exigente con todo lo que escribo y nunca me parece adecuado o perfecto. Partiendo de la base de que ya sé que no hay nada perfecto, claro.

Pues justo estaba poniendo FIN a mi cuento y orgullosa de mi misma cuando le he dado a guardar y me han aparecido una serie de comandos diciéndome no sé qué cosas de que se me iba a cerrar el programa y demás. Yo creyendo que sería igual que otras veces que se cierra solo y al abrir una hoja nueva te aparece el archivo recuperado con lo último que se guarda, he cerrado las ventanitas emergentes y lo he dejado estar. Al abrir uno nuevo e intentar recuperarlo me he dado cuenta que no salía nada, había un montón de interrogaciones por toda la hoja y nada de letras, tan sólo en los últimos folios donde apenas ponía nada y que hubieran sido los más fáciles de reescribir puesto que eran los que tenía mas recientes en mi cabeza.

Me ha dado tanta rabia que no he lanzado el ordenador por la ventana de milagro, eso y porque no tengo otro. Y luego vas y pides ayuda, a alguien que sepa o que pueda al menos hacerte sentir bien en ese momento de amargura, y no solo no la recibes sino que te apartan y piensas: "si tú supieras..." Pero claro que lo saben, porque aquí nadie es tonto y el que sufre un engaño es porque quiere no porque no se haya dado cuenta. O quizás sí te das cuenta pero prefieres dejarlo pasar e irte engañando poco a poco. Porque a veces de esos engaños que no son tanto, a lo sumo engañifas, vas remontando el vuelo y te ayudan a ser mejor persona. Quizás te enseñan a desconfiar pero también es cierto que te das cuenta de lo que es la vida y de cómo y porqué se mueven algunas personas. Y que no importa todas las palabras bonitas que te hayan dicho, porque no son sentidas. Porque la gente cada día habla más por hablar y con menos sentimiento en lo que dice. Porque vivimos de engañar al prójimo para sentirnos bien con nosotros mismos, y eso lo vemos a diario.

He dejado de apelar al karma durante mucho tiempo, y también de compadecerme y decir que tenemos lo que nos merecemos porque eso no es cierto.
Cada cual hace su vida como la siente y piensa, y lo que va sucediendo y te encuentras por el camino a veces hace que la cambies, pero está claro que no hay que dar lo mismo por cada persona.

Y que si, que lo siento, que me arrepiento de muchas cosas, entre ellas de tener este carácter que tanto me gusta y de vivir la vida como me apetece y junto a las personas que quiero. Vale, no es cierto, no me arrepiento de nada, ni de las opciones mal tomadas. No me arrepiento de haber vivido, de haber viajado ni de haber luchado hasta el estremecimiento.

Errores somos todos, yo tuve unos cuantos en mi camino, yo también fui uno de otros tantos, y así la vida sigue, riéndonos las gracias y contándonos chistes.

Y si alguna noche en uno de tus desvelos me recuerdas, haz como si estuviera dormida, que aunque te piense o sienta cerca, cada vez estarás mas lejos de mi vida, porque simplemente... mañana será otro día.

domingo, 16 de febrero de 2014

Despedidas en San Valentín

No pienso repetirme dando mi archiconocida opinión sobre lo que para mi significa San Valentín. Es un día que adoro y que siempre he celebrado, tenga o no tenga novio, y por ello los contrarios a esta bonita fiesta pueden tener sus razones como yo las mías.

Este año ha sido diferente. Una de mis mejores amigas de la universidad se marcha a Chile, como tantos otros españoles, para buscar una oportunidad de trabajo. Como está muy lejos es lógico que cuando se vaya lo haga para una larga temporada y por ello quise hacerle una bonita despedida.
Llevo toda la semana preparando el evento, mirando restaurantes, regalos, haciendo tarjetas y llamando a todos los amigos para que este fin de semana fuera inolvidable para ella.

Las primeras pegas me las encontré en los restaurantes, muchos de ellos ocupados y otros con unos precios elevadísimos debido a la celebración de este día.
Cuando vas con tu pareja quizás lo notas menos, pero al ir en un grupo de amigos piensas que no es justo pagar tanto por una cena que otro fin de semana cuesta la mitad.
Pero es cierto que San Valentín no sólo es el patrón de los enamorados, también se usa para la amistad. Y cuando ésta merece la pena pues todos ponemos un granito de arena y lo hacemos posible.
Es verdad que siempre hay alguien que pone pegas o que no disfruta, otros que deciden no venir y algunos a los cuales estos eventos les parece una gran tontería, pero hay ocasiones en las que por un amigo se hace cualquier cosa y para mi, mi amiga es lo más bonito que tengo aquí.

Recuerdo que al principio de conocernos nos hacíamos regalos por San Valentín y tarjetas que nos escribíamos la una a la otra. Con el paso de los años fuimos perdiendo las costumbres y quizás por las relaciones que tuvimos cambiamos esos hábitos, sin embargo nunca hemos dejado de felicitarnos este día y eso durante unos 13 años que hace que nos conocemos.

Por eso el sábado la engañamos, fuimos a su casa, le tapamos los ojos y la llevamos al burguer para hacerla creer que su última cena sería con un menú infantil. Pero luego acabamos en un bonito restaurante donde nos dieron bastante bien de comer y nos sentimos muy cómodos. Hablamos de nuestras anécdotas de la universidad, y de lo que será ir a un país tan lejano.

Cuando le dimos los regalos y nos abrazamos fue uno de esos instantes en los que te das cuenta que ya nada será igual, porque esos abrazos significan distancia, significan que ya no estarán cuando los necesites, al menos físicamente, y te queda el recuerdo que perdurará hasta su regreso.


Y a pesar de que a ella no le guste esta foto, yo la pongo, porque para mi está muy guapa.
Al terminar la cena salimos a tomar unas copas, a brindar por lo que nos queda por descubrir y por vivir. Y al final de la noche llegas a casa, te desnudas lentamente y mientras te pones el pijama suena el móvil y ves un mensaje.
"Gracias por esta noche, estaréis conmigo allá donde yo vaya".

Después de todo el fin de semana llega la noche del domingo que da paso a la madrugada interminable de los lunes. Te pones a pensar y miras cada palabra y gesto con lupa, cada cosa dicha pasa a ser analizada, y te percatas que poco a poco te vas quedando sola. Que los que están cerca se marchan lejos y los que están lejos nunca regresan. Que los que no nos atrevemos nos quedamos estancados en nuestra rutina, ese microclima tan cómodo a veces y los que se marchan solo anhelan un futuro mejor echando de menos a los que se quedan.

Y así la vida sigue, otro San Valentín más, con recuerdos pasados que se van ocultando por los nuevos que vamos creando.

jueves, 13 de febrero de 2014

Citas Irrepetibles

El irme de fin de semana a lo loco implica muchas cosas, entre otras que por mucho que intente planificar algo nunca va a salir como esperaba.
El sábado me fui a Madrid, no he podido escribir este post antes porque he estado muy ocupada preparando San Valentín, pero no quería dejar de comentar lo que me sucedió.
A eso de las 12 cogí el autobús y sentada al lado del típico niño americano gordito come donuts tuve un interesante viaje. A punto estaba de sentarme en el pasillo cuando el niño se apoyó en el cristal del bus y empezó a roncar y con disimulo yo empujé un poco y conseguí sentarme en mi asiento.
Al llegar a la estación una chica muy dulce y preciosa estaba esperándome para darme un enorme abrazo. Me encanta cuando lo hace y todo lo que me transmite. Estuvimos dando una vuelta por el centro comercial mirando tiendas y después nos fuimos a comer. Charlamos de todo un poco, contándonos nuestras cosas del día a día y riendo. Las risas que no falten. Adoro a mi amiga porque se preocupa siempre por mi y cada vez que voy a visitarla se desplaza hasta donde yo esté y me lleva hasta mi siguiente destino solo por estar conmigo unos minutos más. Y mientras viajamos juntas en el metro hacemos el tonto y hablamos de conejos, zanahorias y lo que vaya surgiendo entre apretones de la gente y movimientos del tren. Me deja en casa de mi primo, donde tuve que ir a cambiarme de ropa porque al llegar a la capital una lluvia me recibió.
Por la tarde quedo con un amigo para tomar café e ir a sacar unas entradas para ir al microteatro. Un amigo que conocí por las redes sociales y es único, especial como él solo y un verdadero amor. Me estaba esperando en sol, sin paraguas y muerto de frío. Nada mas verme me agarra del brazo y me dice: vamos a darnos calor. Y así durante un buen rato que estuvimos dando una vuelta por Gran Vía. Luego al ir a sacar las entradas nos encontramos con Darío Paso, uno de los actores de la obra "De la cocina al cielo".


Como mi amigo le conoce le saludó y ya pues me dio un par de besos y yo me quedé enamoradita, no de Darío sino de su compañero de la obra. ¡Qué guapo! Una pena no haberme hecho fotos con ellos pero es que estaba tan obnubilada que ni recordé que tenía la cámara en el bolso.
Entonces llegó mi cita a ciegas del sábado. Claro, no os he contado esta historia pero yo el sábado tuve una cita con alguien que no conocía, o al menos no conocía del todo. Y para romper el hielo pues decidí llevármelo al teatro a ver unas comedias gastronómicas. Porque digo yo, no hay nada mejor que llevar al teatro a alguien que no conoces porque así evitas tener que hablar o meter la pata como es mi caso habitualmente. Y allí estábamos, mirándonos y pensando "si, es como yo me lo esperaba" y entonces entramos a ver las obras. Elegí dos, la primera era la de Darío Paso que nos gustó bastante y mientras esperábamos para ver la siguiente nos quedamos cerca de la entrada y hablamos un poco. Entonces él fue a sacar algo de su cartera y de repente un objeto volador no identificado salió despedido por los aires. Era rojo chillón y tenía forma de... si, era un condón. En ese instante me entró la risa tonta y cuando vi a mi cita poner el pie sobre el condón para que nadie lo viera, me reí más aún. Lo miraba a la cara y no podía parar de imaginarme que en ese momento él solo pensaba aquello de "tierra trágame aquí y ahora". Entonces muy digno él se agachó, lo cogió y se lo volvió a guardar. Y en mi mente me imaginé una conversación subrealista donde le decía: "de ahí no te mueves ya hasta que caduques, por querer salir antes de tiempo."
A continuación y con las risas ya puestas, fuimos a ver la otra obra que me recordaba un poco a mi situación porque trataba de una primera cita. Un chico y una chica se habían conocido en una discoteca y el chico había decidido invitarla a su casa a cenar para conocerla un poco más. La cita era un desastre porque ellos no tenían nada que ver y era muy gracioso escuchar esos diálogos que hoy en día se dan tanto, porque muchas veces te fijas en un físico y luego te das cuenta que al hablar con la persona no tienes nada en común. Lo cierto es que no pudimos parar de reír y mientras lo hacíamos me di cuenta de la peculiar risa de mi cita. Y de reojo le miraba y pensaba: pues me gusta que sonría, se lo está pasando bien.
Cuando terminó la obra yo quedé para cenar con una amiga y su cita, que al igual que yo se iban a conocer por primera vez esa noche. Si, hicimos una mezcla un tanto extraña.
Y sin pensarlo mucho me agarré del brazo de mi cita, con la excusa del frío y mis tacones, y sentí ese calorcito que te da el abrazarte a alguien por la calle con quien te vas riendo y te cae muy bien y me sentí a gusto. Cuando llegamos al oso y el madroño, típico lugar de quedada madrileña, y mientras esperábamos a que los otros llegaran, nosotros seguimos hablando y conociéndonos, ese de todo un poco que va surgiendo sin pensarlo y sin saber cómo. Y detalles que te gustan y que no te esperas pero que te hacen sonreír.
Ya con mi amiga y su chico nos fuimos a cenar al sitio elegido por mi cita, pensado en mi por eso de que me gusta la comida sana. Durante toda la cena no paró de hablar, y de comer, porque es de buen comer, como yo, y nos dedicamos a decir tonterías y a hacer el payaso sin dejar apenas espacio a la otra pareja a conocerse. Y por debajo de la mesa intenté hacer piececitos con él pero me atrapó mi bota entre sus piernas y no me dejó escapar, y nos miramos y volvimos a reír.
Tenían que cerrar el sitio y el postre nos lo tomamos en la cafetería. Él al igual que yo, de café con leche, los otros dos chocolate. Y entonces saqué de mi bolso una sorpresa. La noche anterior había hecho magdalenas, de chocolate y rellenas de mermelada. Y como salieron con formas extrañas decidí decorarlas como buenamente pude y a mi cita le hice una con nariz, ojos y pelo. La envolví y le puse un lacito.


Y al abrirla y verla se echó a reír. Se la comió y me gustó cuando me miró y me dijo que estaba muy buena. Y pensé: "yo a ti te conquistaba seguro". Cuando salimos del restaurante nos volvimos a arrejuntar, como dicen en mi pueblo, y nos quedamos pegados y así el frío parecía menos. Fuimos hablando de la cena, de mis amigos y de lo bien que nos habíamos caído. Ese pensamiento de "¡qué fácil es todo contigo!"
Nos dirigimos a bailar. Yo tenía unas ganas locas por moverme a lo Beyoncé un rato y el resto quizás no tanto pero ahí estaban acompañándome.
Mi amiga y el otro chico se quedaron en la barra hablando, yo bailaba, miraba a mi cita y su baile al estilo pocoyó que me hacía reír. Y la música que poco a poco ves que te envuelve y te contoneas y te insinúas, pero solo un poco, para que no se note demasiado, y te acercas y le susurras algo y le tocas la cara con una ligera caricia y os miráis y ....
Dan las luces y se apaga la música, parece que van a cerrar. Tenemos que salir y regresar a casa. Podríamos ir a dar una vuelta, pero me quedo pensativa, mejor no, mejor cogemos un taxi y nos marchamos. Entonces volvemos al centro y paramos un taxi, nos despedimos... hablamos de volver a quedar, quizás. Y nos damos un rápido abrazo porque el taxi espera con la puerta abierta, y nos miramos, y en mi boca se quedan las palabras "me gustaría mucho volver a verte..." pero no las oye, él ya marcha y mi taxi se aleja. Miro a mi amiga y sonreímos. Ha sido una buena noche.