jueves, 6 de noviembre de 2014

Elecciones

De que es difícil aprender de los errores uno se da cuenta con el tiempo, cuando pasado éste y tras caer varias veces en lo mismo,  observas como todo lo que un día dijiste no volver a repetir nunca más lo vuelves a hacer, pero disfrazado con otra situación.

En estas semanas he tenido oportunidad de vivir situaciones muy distintas, a cada cual más singular. He quedado con un par de chicos que conocí de formas muy diferentes, uno de ellos incluso se me puso a llorar sin yo saber muy bien lo que ocurría.
Fui a una despedida de soltera en la que llevaba más expectativas de las que me traje.
Disfruté mucho celebrando las segundas jornadas de la tapa y bebiendo cerveza para olvidar las penas.
Comencé un curso que llevaba persiguiendo varios años y al que le puse muchas ganas para entrar, pero que a día de hoy no sé si no me equivoqué en mi elección.

Al cabo de un día tenemos que elegir tantas cosas que es inevitable irse a la cama pensando que si hubiésemos cambiado algunas, una parte de nosotros mismos hubiera sido diferente.

Llevo días anhelando un cariño que no me pertenece y tengo miedo a pedirlo y que se lo pueda estar robando a alguien.
A veces existe tal necesidad de decir te quiero con el corazón en las manos que no queda otra que escupirlo por la boca, pese a aparentar todo lo contrario.
Y es que hay personas que quizás parezcamos difíciles de acceder o incluso demos miedo con una mirada o unas palabras y sin embargo llega la noche y necesitas un cobijo bajo el que resguardarte, un te eché de menos durante el día, un veamos juntos esta película mientras sonreímos y tantas cosas más que cuando te miras al espejo no eres la misma persona que salió esa mañana por la puerta con el escudo bien puesto para evitar el frío.

Nadie nace sabiendo, al igual que nadie nace queriendo. Durante la vida todo se adquiere y poco a poco eliges a quién quieres tener a tu lado, salvo los que se marchan sin previo aviso. A esos, un saludo y buen viaje. Al resto, gracias por quedarse.

Esta semana saqué dos sonrisas, una de ellas inesperada y la más difícil todavía, la que surgió a raíz de un llanto.
Porque a veces soy así, imprevisible. Y me gusta observar a las personas y devolver el cariño que cada día me demuestran, pese a no poder abrazarnos asiduamente. Y llorar está bien, limpia los pulmones y te deja como nueva, pero está mejor reír. Si para ello tengo que cantar la canción de la abeja maya la canto.
No hay cosa que más me alegre que provocar felicidad en alguien, por muy efímera que ésta sea.

Hoy desperté asustada, anoche tuve una pesadilla terrible. Cuando llorando y sin apenas respirar fui corriendo al baño a echarme agua fría en la cara, justo a la misma hora mi madre hizo lo mismo. Nos encontramos en el pasillo, yo con los ojos rojos y ella aterrada como si viera un fantasma. No quiero saber el significado pero he tenido miedo durante toda la mañana. Yo que no me asusto fácilmente hoy temblaba por lo que mi mente había imaginado.
Y es que es difícil vivir a veces, se nos presentan circunstancias que no controlamos y nos vuelven asustadizos, temerosos e incomprendidos. Pero hay que seguir, sea cual sea nuestro destino. 

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