domingo, 23 de febrero de 2014

¿Y ahora qué?

No andaba muy convencida de lo que este fin de semana me depararía, en principio eran planes tranquilos y mi yo interior tampoco estaba muy entusiasmada, pero lo que suele ocurrir en estas ocasiones es que cuando menos planeas las cosas al final te acaban gustando.

Reconozco que no las tenía todas conmigo cuando hoy más muerta que viva me desperté a las 8 de la mañana para darme una ducha y pensar en el día que tenía por delante. Yo que soy una planificadora nata no llevaba nada entre manos y eso me hacía estar insegura pero al mismo tiempo confiada porque la persona con quien iba suponía que lo llevaría atado, pero lo único que había planificado era estar a la hora exacta en el lugar donde yo llegaba. Y cuando así lo supe me entraron esas dudas iniciales de cómo sería mi día.
Sin embargo hoy conocí a un grupo de personas muy interesantes, me llevaron a comer una tortillaca rellena de queso impresionante (no pongo foto porque no dio tiempo a hacerla cuando ya la habían comido), entré por vez primera al museo del Prado y conocí partes de Madrid en las que no había estado.

Creo que todo me sorprendió, además desde el inicio. No sé si considerar esto como una segunda cita pero me gusta pensarlo así.
Hubo momentos de verdaderas risas, como cuando andábamos buscando a unas personas que no conocíamos y los confundimos con otros que por allí pasaban, conversaciones absurdas que te sacan sonrisas durante unas cuantas horas.
Retazos de diálogos serios tomando café y magdalenas de chocolate mientras aclaras historias pasadas que llegaron a mal puerto.
También hubo momentos de quietud, durante la espera para entrar en el museo del Prado y esa larga cola en la que no sabes muy bien qué decir o qué hacer y te dedicas a fotografiar el paisaje.


Y que cuando entras por primera vez con una persona que ya lo conoce pues quizás no es lo mismo pero tiene su aquel. Y surgen conversaciones espontáneas sobre qué tipo de pintura te gusta y sin pensarlo mucho dices que son las pinturas negras de Goya y parece ser que coincides sin saberlo.

En cada sala te quedas boquiabierta porque puedes ver esos cuadros que de pequeña te hicieron estudiar en el colegio y que de mayor te fascinaban en los libros. Es impresionante ver las Meninas al fondo de una sala, así como Saturno devorando a sus hijos o las viejas comiendo sopa. Pese a que no se puede hacer fotos haces alguna de extranjis, sobre todo cuando admiras las obras de Rubens.

 

Y yo que soy tan tonta y me emociono con estas cosas, me doy cuenta que me apetece comentarlo con la otra persona y reírnos mientras nos imaginamos lo que está ocurriendo en el trasfondo de ese cuadro. Y sonríes cuando te das cuenta de que mientras tú estás viendo las Hilanderas tu acompañante se dedica a hacer parecidos razonables frikis con los miembros de la corte.
Pero entre sala y sala suceden cosas, esos ligeros tócame pero no me toques, esas ganas de agarrarte de su brazo durante un momento y que lo notas cuando él de repente te toca sin venir a cuento o te acaricia haciéndote algún guiño. Y sonríes por dentro, para no levantar sospechas de que te gusta demasiado que eso ocurra.
Porque en el fondo todos necesitamos de esos esos gestos que te hacen sentirte querido de cierto modo.

Pese a no ver todo lo importante, hemos dejado pendiente El Jardín de las Delicias de El Bosco, salimos con la impresión de haberlo pasado bien. ¿Por qué no? Una tarde de domingo en El Prado.
Nos vamos a tomar café con unos amigos y mientras llegan nos miramos, y queremos decirnos cosas pero no decimos ninguna. Sólo miramos. Y yo me pongo nerviosa y miro para otro lado, como esperando que venga alguien a decirme qué debo hacer. Pero él mantiene su mirada, yo creo que lo hace porque le gusta ponerme nerviosa y se me nota. Porque pese a mi dureza a primera vista y todo lo atrevida que soy en ocasiones, hay miradas que me desarman porque quizás no espero que vayan dirigidas a mi. Y cuando parece que tienes que decir algo llegan tus amigos, y hablas banalidades y pones excusas porque te apetece alejarte y quedarte a solas con él, tener un momento de "quizás no me importaría que pasara algo".

Nos despedimos de mis amigos y marchamos hacia el Templo de Debod, que pese a haber estado muchas veces en Madrid nunca he visitado, y ya es de noche cuando llegamos.


Lo rodeamos mientras dentro de nuestras cabezas pensamos en cuál será el siguiente paso, y una vez hechas las fotos de rigor nos sentamos en el suelo. Tenemos las estrellas arriba y un césped mullidito debajo. Hablamos, pasan los minutos. Me invento un cuento sobre los personajes que allí podrían haber vivido. Y él no para de mirarme y se acerca. Y yo me giro y no sé hacia dónde mirar porque soy incapaz de mirarle. Y me da un abrazo. El que te debía, me dice. Y se lo devuelvo durante un buen rato. No te quedes dormida, que no te veo... me dice muy simpático. Pero me quedo abrazada a él, sin esperar nada más, solo eso. Porque a veces es la sensación más bonita del mundo, incluso más que un beso. Y se echa de menos. Te separas y nos miramos. ¿Y ahora qué? me pregunta.
Y yo no sé muy bien qué contestarle. Quizás le daría un beso. Pero no quiero mezclar pensamientos, porque me parece un chico estupendo. Me gustaría volver a verte, ambos lo pensamos pero no sabemos si será posible hacerlo. Que a veces no es tan difícil, que somos nosotros quien lo complicamos, pero cuando un niño comienza a andar necesita antes un gateo.

Es la hora, tengo que irme o perderé el autobús de regreso. Por el camino ya no hablamos, cada uno va pensando en todo lo que ha sucedido y en lo que giran los acontecimientos. Por mi parte pienso que podría acostumbrarme a esto, a reírme junto a él cada vez que nos vemos, a descubrir cosas nuevas, incluso a mirarme a través de sus ojos. Pero no hay que anticipar nada, el tiempo es sabio y decide poniendo a cada cual en su camino. Quizás solo estemos de paso o quizás para quedarnos, pero yo soy la menos indicada para decirlo.

Y ya en la estación se me ocurre pedirle un beso, pero no me lo da. Demasiado tarde. Él baja las escaleras mecánicas mirando el móvil, yo me acerco a su hombro y me mira sin hacer nada volviendo a lo suyo. Nos despedimos como dos amigos que hace poco que se han visto e intento rozar su mano pero fallo con estrépito. Y cuando voy a subirme al autobús gira la cabeza y me mira, pero no para, sino que prosigue su camino. No puedo saber qué piensa, tampoco lo pregunto.
Avísame cuando llegues a casa y yo haré lo mismo. Y eso es lo que hacemos. No decimos nada más, no hay un buenas noches ni nada parecido.

Él se va a dormir y yo hago lo mismo.

2 comentarios:

  1. Ay mi pelochita como me gusta jorobarte esos momentos tan románticos!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ya te tocará a ti... búscale el doble sentido a esta frase si quieres. :)

      Eliminar