domingo, 17 de agosto de 2014

Imposibles

Dicen que la vida está llena de imposibles que se pueden conseguir, lo que viene siendo improbables vaya, pero que nos gusta denominarlos así porque si algo que no tenemos al alcance de nuestra mano lo lográsemos de manera automática no habría ni lucha ni esfuerzo, y eso es algo muy importante para seguir viviendo, o al menos sentirse vivo.

Esto es como lo del vaso, hay quien lo ve medio lleno y hay quien lo ve medio vacío. A mi entender depende del número de gotas que formen esa mitad, porque seguro que hay una que hace que esté por encima o por debajo de la media, solo que es prácticamente imposible contarlas.

Hace poco me paré a pensar en los imposibles de mi vida. Tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol.
Me encanta cuando lo leo y pienso si de verdad estas tres cosas son imposibles. De momento yo cumplí una, aunque no lo hice sola. De pequeña planté un árbol junto a varios compañeros del colegio y aún hoy resiste y permanece en el patio donde siempre salía a jugar.


Recuerdo que los primeros días todos estábamos emocionados por ver cómo crecía. A lo largo de los meses el resto de los niños se fueron olvidando de él y yo cuando todos se alejaban porque sonaba la campana que indicaba que había que ir a clase, me quedaba cerca del árbol, le tocaba la corteza y le susurraba que estaba allí. Entonces sonreía y marchaba corriendo para no llegar la última.

Con el paso del tiempo me di cuenta que escribir un libro es cuestión de ponerse, al igual que lo de tener un hijo, sin embargo ese momento nunca acaba de llegar y es más, tampoco me importa demasiado.

Sin embargo creo que hay tantos imposibles como miedos. Y es que el miedo es la base principal de todos nuestros imposibles.
Hoy alguien me dijo que un imposible es aquello que sabes que nunca te hará feliz.
Me he quedado pensando mucho sobre esta frase. Si partimos del hecho de que un imposible es una especie de sueño que anhelamos, el que nunca te haga feliz viene de pensar que no lo vas a conseguir y de ahí que surja la tristeza.

Pero... ¿y si luchamos por esa felicidad? Posiblemente será complicado pero ¿quién aparte de ti mismo te lo va a impedir?
Me he parado a pensar en que ahora miramos mucho por el día a día, por ser felices en un determinado momento sin pensar a largo plazo y eso me pone un poquito triste. Bien es cierto que no podemos controlar lo que nos sucederá mañana, pero quizás si que podemos poner de nuestra parte para ir creando algo dentro de nosotros que haga que esa felicidad vaya repercutiendo en nuestro futuro pese a los problemas que nos puedan venir.

Y de tanto pensar y pensar me aflijo a veces, porque con el paso del tiempo me voy dando cuenta de que ya peleo muy poco por esas cosas que quiero, que cuando llega un punto en que parece que se queda estancado lo dejo e intento olvidarlo, pese a que me cuesta mucho. Y ahí es cuando nos equivocamos, intentamos suplir miradas, gestos y palabras con otros que provocaron que nuestra piel se erizara y acabamos dándonos cuenta que no, que es imposible.

Imposible.

No me gusta esa palabra, pero sé que existe y la uso más de lo que debería.

Igual los imposibles sólo duran un tiempo determinado, luego se consiguen y se vuelven imposibles de nuevo. Puede ser.

Yo prefiero pensar que hay muy pocas cosas imposibles y por ello esta misma tarde me he ido a la huerta a plantar semillas de brócoli. Lo más probable es que no lo haya hecho bien, o no crezcan, o vete a saber, pero la ilusión que me ha hecho ese momento de estar escarbando la tierra y metiendo las semillas mientras me imaginaba unos brócolis frondosos al lado de las calabazas no está pagado.


Pero os contaré un secreto, no he plantado todas las semillas que tenía, he dejado unas pocas para ponerlas en pequeñas macetas y tenerlas en casa por si acaso las de la tierra no terminan de germinar. ¡Siempre hay que tener un plan B!

Tratemos de usar lo menos posible esta palabra y disfrutar un poco más intentando lograr todo aquello que nos proponemos, ¿es un riesgo? puede ser, pero os imagináis a Bécquer recitando aquello de...

¿Qué es imposible? Dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul.
¿Y tú me lo preguntas? Imposible... eres tú.

Pues yo tampoco.

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