jueves, 4 de septiembre de 2014

¡Taxi!

Hoy a las 6:33 de la mañana recibí un mensaje: "Buenos días princesa, feliz día, diviértete y mucho ánimo". Hacía escasamente un minuto que me había despertado y el leer esto me ha hecho sonreír. De hecho he tratado de darme media vuelta y volver a hacer la croqueta pero entre que hacía demasiado calor y que ya empezaba a entrar la luz por la ventana no podía dormir de nuevo. 
Entonces he oído ruidos, me he levantado de la cama y he sacado la cabeza por la ventana. 
¿Dónde vais a estas horas? He preguntado. A Madrid, tenemos que llevar unos materiales y .... ¿te vienes? 
¿Que si me voy? Un día de turismo por la capital y con todo pagado. ¿Dónde hay que firmar? 

Me he vestido en cinco minutos, he desayunado un café rápido y me he montado en el coche. Reconozco que una cabezadita he echado, pero a eso de las 9 ya estábamos aparcando y tampoco es que haya cogido el sueño del todo. 
"Mejor dejamos el coche por aquí que se aparca bien y luego ya nos movemos como sea por el centro..."
Obviamente a mi me daba igual, yo soy más útil llegando en metro a los sitios que si tengo que dar indicaciones al conductor. Sin embargo hoy ha sido el día de los taxis. Porque claro, cuando lo único que sabes es una dirección pero ni siquiera al completo tampoco puedes meterte en el metro porque no sabes ni la zona donde te vas a mover y hay que reconocerlo, si pillas a un señor taxista gato de pura cepa te lleva al sitio que le dices incluso con la descripción del mismo, sin necesidad de dirección. 
Hemos pasado bien temprano cerca de El Retiro y mientras veía a algunas personas correr me han dado ganas de decirle al taxista: rápido, ¡¡¡siga a ese runner!!! 
Ver Madrid casi al completo desde un taxi es una experiencia chula, aunque la verdad es que cuando vas sola miras más el taxímetro que lo que hay por fuera de los cristales. 
El señor nos ha dejado en el sitio indicado y nos ha dado los buenos días, le hemos dejado una propinilla por su amabilidad y hemos bajado. 
Nunca he sabido cómo funciona el tema de las propinas con los taxistas. Así que lo que yo hago es dejarle algo según me trate, si es agradable o me da un tema de conversación interesante pues más, y si me trata regulín rebusco en el monedero hasta los céntimos para dárselo justo. 

Cuando hemos terminado las primeras gestiones de la mañana y empezaba a entrar sueño de nuevo hemos pensado que lo mejor era sentarnos a tomar un café. 
¿Y si vamos a esa cafetería que hace esquina con la calle sierpe? 
Yo que no sabía ni dónde estábamos todo me parecía bien, hasta que de repente hemos entrado en la calle Toledo y han vuelto a mi los recuerdos. Porque no hace tantos meses yo iba con alguien por esa calle, una de mis citas extrañas a la vez que peculiares y que acabó siendo un bonito desastre. 
Y allí, en esa cafetería nos hemos tomado un café bien cargado con un par de porras que nos han sabido a gloria pese a estar cargadas de aceite. 
Seguimos caminando por la calle Toledo, que a diferencia de la ciudad manchega no tiene ni una sola cuesta. Vamos hacia la Glorieta y vemos la famosa Puerta de Toledo, paramos otro taxi y subimos. 


Y esta vez lo que me dan ganas de decirle al taxista mientras bordea la glorieta es que se detenga y me deje hacerme una foto dentro, pero tirarse en marcha o hacer que te paren ahí es complicado, así que hemos seguido nuestro camino mirando a través del cristal mientras el señor no paraba de mirarnos por el retrovisor sin decir ni una sola palabra. 
Me inquieta mucho cuando eso pasa. Notas como alguien te observa y miras al espejito y ahí están dos ojos mirándote inquisitivamente, entonces miras tú también y se apartan rápidamente a la vez que empiezan a darte conversación sobre el calor que hace o lo mal que está el tráfico. 

Llegamos al destino y mientras hablamos de dónde comer. ¿Y si nos damos un pequeño lujo de huevos estrellados? Yo no soy quién para decir que no y allá vamos. 
Pillamos otro taxi, esta vez el conductor nada mas subir nos recibe con una canción de Manolo Escobar, sólo te pido. Me mira atentamente y dice: ¿dónde te llevo chata? 
Mi cara de alucinar pepinillos se torna en risas mientras le digo que queremos ir al sitio famoso de los huevos. Hubiera esperado una broma por su parte, pero no fue así. Él siguió tarareando su cd de Manolo Escobar hasta que llegamos. 
Quizás no haya sitio si no llevamos reserva, pensé, pero al llegar al restaurante el camarero nos dice que este mes es flojillo y que no hay problema. Yo pido unos callos madrileños y el resto los típicos huevos con patatas y el jamón, todo ello regado con un buen vino tinto. 


Cuando llegan las comandas los callos nadan entre abundante grasa y las patatas con huevos son peores que las que hace mi madre en casa. Sólo el jamón se salva y nos lo comemos todo con ganas. 
El camarero nos pregunta si queremos un chupito, cortesía de la casa, y yo sonriendo le digo que uno de fairy para disolver la grasa. 
Entre risas nos marchamos, con algo más para tachar en la lista de sitios donde ir alguna vez en la vida, intentamos coger un taxi que nos lleve hasta el coche pero no encontramos ninguno. Es mediodía, hace calor y apenas hay circulación por aquellos lares. Pongo en el gps la dirección donde tenemos el coche. Según el mapa son apenas unos 20 minutos y nos ponemos en marcha. Cuando llevamos más de tres cuartos de hora andando se me ocurre mirar cuál es el problema. Claro, no es lo mismo 20 minutos en coche que caminando. Entonces pasa un taxista y con un gesto espontáneo mi mano se alza. 
¡Taxiiiiiiii llévenos a casa! Al final resultó que no quedaba tanto, pero nuestros pies agradecieron esos 5 minutos de taxi como si no hubiera mañana. 
Y entonces este último taxista dijo algo que me dejó patidifusa. Cuando fui a pagarle y una vez que el resto ya estaba fuera me miró a los ojos y me preguntó si estaba enamorada. ¿Cómo? Pregunté extrañada. De la ciudad, me responde. Te he visto mirar a través del cristal y no sabría si es añoranza o si en realidad buscabas algo o a alguien. 
Le he sonreído y le he dado una buena propina. En realidad no es nada, muchas gracias por el viaje. 

Y así, con el runrún de esa mirada en mi clavada subo al coche y paso todo el camino de vuelta callada, escuchando música y pensando en ese nada. 
Me hubiera gustado subir a ese taxi cuando todos bajaban y decirle: ¡Rápido, persiga ese sentimiento!
Pero ése mismo, al igual que muchos otros no hay quien los alcance, ni taxis, ni bus, ni metro ni tan siquiera las ganas. 

2 comentarios:

  1. Me encanta leer tus posts, y este me gusta mucho ya sabes porque, sigue así, siendo tu misma y no cambies nunca guapa

    ResponderEliminar