miércoles, 3 de septiembre de 2014

Resquicios

Aún pesa sobre mi la sombra de lo que ocurrió el fin de semana, y es que me divertí tanto que disfruto recordando cada momento.

Ya desde el inicio todo empezó como una aventura cuando estando sentada en el autobús camino de Madrid paramos debido a una retención de varios kilómetros causada por un accidente. El señor autobusero para evitar tal atasco decidió meterse por un desvío con tan mala suerte que justo en el último momento se nos cruzó un coche que también pensó lo mismo. Dio tal frenazo que todos nos fuimos hacia delante sin poder evitarlo y mi compañera de viaje se empezó a poner histérica. Yo la miraba y ella no paraba de respirar muy deprisa y me decía que en su último viaje al autobús se le había reventado una rueda. Estaba viajando con una persona que era gafe y encima lo reconocía.
Yo que nado en la abundancia de la buena suerte creí que sería mi final, acabar en mitad de la carretera de Móstoles sin ni siquiera haber comprado empanadillas.
Finalmente conseguimos llegar con algún traspiés que otro y un sudor de más, pero llegamos. En la estación me esperaba mi primo para acompañarme hasta el lugar donde había quedado con el resto de la gente.
Tenía que ir al cumpleaños de una buena amiga y queríamos hacer una especie de sorpresa que no salió nada bien, ya que algunas personas se nos vinieron abajo a última hora, sin embargo los abrazos y las risas no faltaron.
Nada más llegar pedimos unas cervezas y unos tintos de verano y cuando estábamos hablando de las últimas anécdotas ocurridas de repente un chico se planta frente a mi y mirándome me dice un ¡hola!
Yo puse cara de ¿pero tú quién eres y por qué me conoces? Y lo que es peor de todo es que como no sabía quién era encima se lo dije tal cual. La cara del muchacho era algo así entre odio y risa. Cuando mi amiga me dijo por lo bajini que posiblemente fuera el chico con el que había quedado y que no conocía en persona fue cuando me acordé y entonces todo encajó.
A partir de ahí ya todo fueron risas, el chico se sentó a mi lado y estuvimos hablando bastante tiempo. Llegó el momento de sacar la tarta de chuches y los puros de chocolate para todos los fumadores. Pusimos las velas y empezamos a cantar el cumpleaños feliz.


A nuestro cántico se unió el de todos los allí presentes que nos hicieron unos coros perfectos. Nos quedamos con ganas de seguir cantando y pese a estar medio afónicos nos dirigimos a un karaoke a darlo todo. Y así, sin más y entre risas y alguna copa de menos, porque no hubo ninguna de más, y unos chupitos, elegimos canciones.
La cumpleañera me pidió que cantara con ella una canción de Chenoa de la que yo no tenía ni idea, porque el cancionero español y yo estamos reñidos, pero el "atrévete sedúceme" acabó conquistándome y con unos movimientos sensuales y mirando a los ojos a las personas adecuadas siempre hace que la noche tome un rumbo divertido y acabes queriendo más.


Hicimos bastantes tonterías y jugamos a desinhibirnos entre desconocidos prometiendo volver a quedar para repetirlo. Y es que siempre es muy divertido conocer gente nueva con la que disfrutas y acabas compartiendo momentos que siempre se quedarán guardaditos en alguna parte de ti.

Regresamos a casa tras mucho andar y con las plantas de los pies totalmente doloridas y un ligero te echo de menos susurrándote en la nuca me puse un pijama demasiado corto y me acosté en una cama que no era la mía. No estaba sola, un pequeño peluche verde me acompañaba y sonriendo me decía que había sido una noche estupenda y que por él repetiría.
Sólo dormí tres horas y desperté un tanto agitada, no era mi cama ni mi lugar pero allí estaba. Igual no dónde imaginaba pero sí donde debía.
Al bajar las escaleras con mis tacones de la noche anterior y enseñando el cachete porque el pijama no daba para más, me encontré con las sonrisas de mis amigos, con su saber escuchar y sus consejos a las 10 de la mañana.
Tras desayunar leche con cereales mientras debatíamos entre lo que está bien y está mal, organicé mi marcha y llamé a un taxi.
Por lo visto la zona era complicada de encontrar y el señor estuvo dando unas vueltas hasta encontrarme, cuando lo hizo departimos por el camino sobre esas anécdotas de los taxistas y me contó que la zona por la que me encontraba no es que fuera muy propicia para según qué cosas pero sí para muchas otras. Sin querer entrar en muchos detalles llegué a mi destino, miré a lo lejos y pensé que había sido un gran fin de semana.

Y poco a poco te vas olvidando de que hay veces que se sufre innecesariamente, que las sonrisas entre amigos siempre merecen la pena, que conocer gente nueva nunca es malo y que la vida son 365 días al cabo del año.

Desde aquí mi felicitación a mi amiga Bea y decir a los demás que me acompañaron un gracias por las sonrisas y los momentos vividos. ¡Hasta la próxima, sea cuando sea!

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